Deslenguar: cortar la lengua/ dispararse, crecer algo inmoderadamente. ¿Para qué deslenguar?

Miles de lenguas revolotearán como libélulas cerca de una lámpara. Cual cazador, el curador, intentará atrapar frases(citas), novelas, palabras que simplifiquen o personifiquen a cada uno de los elocuentes. Tarea difícil si no poseemos la experticia de escuchar los semitonos de un coro. ¿Mejor los deslenguamos? Mejor qué los mudos nos hablen.

viernes, 20 de agosto de 2010

Código desconocido

Es el título de una película del alemán Michael Haneke. Fue muy preciso en el título específicamente en mi caso que no logré entenderla. Pero el conocimiento es cuando se es capaz de evocarlo. He aquí mi aprendizaje.

Las obras humanas han consistido en estructurar signos codificados. La república, como sistema político, consistió en promulgar leyes y sostenerse bajo el sometimiento a ellas. La pintura consistió en dejar signos con pigmentos naturales o artificiales. Empezaré a especificar. El cine, abreviatura de cinematógrafo, es el conjunto de fotos que al reproducirse secuencialmente producen un efecto de movimiento. Sin duda, he esbozado los elementos estructurales de cada uno de los sistemas mencionados. Cual máquina, estos sistemas funcionan con estos elementos esenciales. Pero.

Aquella película era una de acuerdo al significado que proporcione. Imágenes en movimiento demostraban que Haneke comprendió lo que era una producción cinematográfica. La temática (desconozco en el lenguaje cinematográfico cuál es la palabra que se adecua al mensaje a transmitir, a la finalidad de la película, a la historia que narra) me fue lo incomprensible. Describo: una señora y su pareja en diferentes escenas mostraban su vida amorosa, sus vidas laborales, la cotidianeidad; otras escenas, pocas escenas, mostraban la vida fuera del círculo de aquellos dos personajes anteriores, especialmente enfatizando las noticias internacionales de pueblos recónditos del mundo, pero nuevamente lo cotidiano; un tercer grupo de escenas, que fatalmente podrían haber dividido toda la producción, eran las escenas que abrieron y cerraron la película, escenas de un grupo de niños sordomudos que tocaban instrumentos y bailaban a veces hasta con el silencio de sus voces.

La cotidianeidad nos es tan conocida. Decir nos es muy fácil y hasta aquél grupo de sordomudos de las escenas lograrían decir algo a través de diferentes códigos. La intención es lo que queda en el desconocimiento pero aquello es algo interpretable. Al final, resumiendo en su principio y su final, la película me resultó interesante e interpretable. Descubrí mi desconocimiento.


La curiosidad infantil

De pequeño, me pregunté alguna vez por el motivo de que el “2” se llamara dos. Y así sucesivamente, el “3” por qué tres, el “4” por qué cuatro...

Esto denotaba: 1) que había asimilado (en términos piagetianos) la secuencia numérica y que en un futuro podría enumerar u ordenar numéricamente; 2) que me sería fácil aprender la siguiente tanda, entonces los números de dos dígitos como el 20, 21 o 22 se pronunciarían conjugando la palabra veinte y posteriormente el nombre del último dígito de la cifra o sea “veinte y uno”, “veinte y dos”, etcétera. Mil gracias por las clases de aritmética a mis queridos profesores de educación básica. Pero no toda era pura repetición de lo que me fue enseñado. Aclaro; asimile piagetianamente.

Hoy en día, noté esto. No fue sólo una clase. Empleo la palabra precisa; no fue sólo una instrucción. Logré observar de lo que cada uno de nosotros es capaz a partir de un poco de información convencional. Apreciar que el lenguaje es un sistema despertó mi curiosidad. Descubrí por qué pude sobrellevar mis años de estudio sin mucho problema. Ahora continúo preguntándome por qué el “2” se llama dos, lo demás ya lo aprendí.


Un mal que es humano

Se le pide a un psicólogo que dé cuenta de su trabajo en una institución X. La X no deja su ser de variable para convertirse en respuesta desde lo que el psicólogo piensa que debe responder. Aclaremos, la institución educativa (X + 1). Ahora por lo menos conocemos la única condición exacta de aquella demanda. Es una institución educativa. Lo demás nunca será una constante.

Supongamos: la demanda (expliquémonos, la supervisión de trabajo) se debe a un bajo rendimiento de un estudiante en matemáticas. El profesor determina que su problema matemático de factorización excede las condiciones cognitivas (nuevamente me explico, las condiciones que exceden lo que el profesor es capaz, que se note, lo que él es capaz de ofrecer a otro en calidad de estudiante). No es él como profesor ni Pepito (personaje de la idiosincrasia ignorante) como alumno, sino es algo fuera de esos papeles sistemáticos. Algo afecta a este ser humano que no permite que el profesor observe buenas calificaciones entonces la institución educativa (X + 1) deriva el caso al psicólogo. Luego, toca supervisar. En fin, supongan que esto se le supervisará.

La manifestación humana es manifestación semiótica. Así, como una X en un problema de factorización sin más condiciones de igualdad o desigualdad, el trabajo con el ser humano es una interrogante de harta dificultad. No sabremos qué atender, qué responder ni qué suponer. Es un mal humano sentir que las palabras, nuestro signo común, caben para un único sentido.


lunes, 12 de julio de 2010

Leer sociedad

La presencia de un síntoma, como manifestación externa o expresión de un estado interno[1], nos convoca a diversos estudiantes de diferentes ramas de las ciencias humanísticas (medicina, jurisprudencia, psicología, sociología, economía, etcétera) frente a un dilema: ¿este carece de intencionalidad? ¿Es una mera expresión o señal que no produce una comunicación?

Será muy probable, para quienes se preocupan más por las alarmantes señales que nos entregan los medios de difusión día a día, que piensen que hay algo de trasfondo en todos esos síntomas a los que comúnmente se les denominan síntomas sociales. Sociales porque afectan a un grupo determinado ya sea directamente (hijos de migrantes, delincuentes, víctimas de robo, padres de hijos que pierden años escolares) o indirectamente (trabajadores sociales, comité pro-mejoras de una comunidad, veedores sociales, etcétera). Para nuestro ideal de sociedad es inconcebible que estemos inmersos en un contexto problemático sin pestañear siquiera. Estos actores, la mayoría de ellos visuales, entonces determinarán que hay algo que soporta al síntoma; y, como vivimos en sociedad, la causa primaria recaerá indiscutiblemente en una situación familiar pensando que aquello es lo más singular de la problemática social.

La familia será hacia donde apuntarán las críticas y las interrogaciones pero, como todos somos productos familiares, todos seremos capaces de responder: el problema es que los padres no se hacen cargo o que no les dan cariño o que todo comenzó cuando se quedó sin uno de sus padres. Y así, las acusaciones colocarán, a los directamente afectados, o como víctimas o como culpables al extremo.

Esa no es la intención del síntoma social. Esa es la intención de darle nuestro sentido a lo que nos parece inobservable, insoportable. Así, a la intención de comunicar desde o con un síntoma le aparece un ruido: nuestra ideología, nuestros afectos, nuestra experiencia subjetiva. Si creemos que detrás de un síntoma hay un fondo por descubrir, permitamos, abriendo espacios, que la comunicación sea entre dos personas, para que exista retroalimentación, para que la lectura de un síntoma no sea responsabilidad de los que creemos que hay que preguntarse.



[1] Niño Rojas, Victor Miguel; Semiótica y Lingüística Aplicadas al español pág. 54. Ecoe ediciones, Colombia 2004.