Se le pide a un psicólogo que dé cuenta de su trabajo en una institución X. La X no deja su ser de variable para convertirse en respuesta desde lo que el psicólogo piensa que debe responder. Aclaremos, la institución educativa (X + 1). Ahora por lo menos conocemos la única condición exacta de aquella demanda. Es una institución educativa. Lo demás nunca será una constante.
Supongamos: la demanda (expliquémonos, la supervisión de trabajo) se debe a un bajo rendimiento de un estudiante en matemáticas. El profesor determina que su problema matemático de factorización excede las condiciones cognitivas (nuevamente me explico, las condiciones que exceden lo que el profesor es capaz, que se note, lo que él es capaz de ofrecer a otro en calidad de estudiante). No es él como profesor ni Pepito (personaje de la idiosincrasia ignorante) como alumno, sino es algo fuera de esos papeles sistemáticos. Algo afecta a este ser humano que no permite que el profesor observe buenas calificaciones entonces la institución educativa (X + 1) deriva el caso al psicólogo. Luego, toca supervisar. En fin, supongan que esto se le supervisará.
La manifestación humana es manifestación semiótica. Así, como una X en un problema de factorización sin más condiciones de igualdad o desigualdad, el trabajo con el ser humano es una interrogante de harta dificultad. No sabremos qué atender, qué responder ni qué suponer. Es un mal humano sentir que las palabras, nuestro signo común, caben para un único sentido.
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